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El Fontañán

Cómo llegar

  • Desde León, por la carretera N 630 en dirección a Oviedo, se toma en La Robla la desviación a La Magdalena (C-626), para luego continuar hasta Olleros de Alba.
  • Desde La Magdalena en dirección a León por la carretera C-623 a 3,5 kilómetros aparece un cruce, se toma la carretera C 626 dirección La Robla que conduce a Olleros de Alba.

Descripción de la ruta

Nombre de la ruta El Fontañán
Inicio/Fin Olleros de Alba (La Robla)
Duración aproximada 5 horas
Dificultad Media
Tipo de ruta Lineal
Punto más elevado El Fontañán, 1.607 m

La ruta se inicia a la altura de la localidad de Olleros de Alba, junto a la carretera comarcal que enlaza La Magdalena con La Robla. Allí sale una pista que discurre paralela al arroyo que recorre el pueblo de norte a sur. La pista asciende por la margen izquierda del arroyo, que perfila un profundo valle. En el primer tramo, las laderas están cubiertas por helechos y matorrales, mientras que, bordeando el arroyo crecen chopos, sauces y otras especies propias de la vegetación de ribera que precisan de una elevada humedad edáfica.

Siguiendo el camino, pronto sorprende una pequeña cascada, "El Salto", desde donde se aprecia como el valle se va estrechando cada vez más, hasta convertirse en una hoz.

 

El paisaje está dominado por el karst, originado cuando el agua de la lluvia, ligeramente ácida, modela la roca caliza. Las paredes rocosas, aparentemente desprovistas de vegetación, acogen un elevado número de especies rupícolas, perfectamente adaptadas a las adversas condiciones que reinan en este entorno. En la parte alta de la garganta se desarrolla un encinar bien  conservado. Entre las paredes verticales aparecen canchales en los que el continuo movimiento de las piedras, hace difícil el asentamiento de la vegetación.

Hacia la mitad de las hoces, una vereda a la izquierda, permite acceder al "Callejón de Castrillos", un angosto desfiladero. El recorrido continúa por las hoces hasta llegar a una portilla metálica que será necesario flanquear, no olvidando, eso sí, cerrarla de nuevo, ya que impide la salida del ganado. Siguiendo la pista, el camino se ve invadido por el Arroyo de San Martino que confluye en el arroyo de La Braña. El cambio de vegetación con respecto a las hoces es notable: las encinas desaparecen para dar paso a robles y matorral.

Siguiendo la pista se llega a Las Brañas, donde nace el arroyo. Dispersas quedan por el monte las ruinas de unos chozos que hace tiempo fueron empleadas como refugio por los pastores. Dejando atrás el sonido del agua, avanzando entre las piedras, se inicia un pronunciado ascenso que termina en un collado. Tras atravesar un robledal de escaso porte, el paisaje cambia de nuevo apareciendo los primeros enebros rastreros de arándanos. Un poco conservado. Entre las paredes verticales aparecen canchales en los que el continuo movimiento de las piedras, hace difícil el asentamiento de la vegetación.

Hacia la mitad de las hoces, una vereda a la izquierda, permite acceder al "Callejón de Castrillos", un angosto desfiladero. El recorrido continúa por las hoces hasta llegar a una portilla metálica que será necesario flanquear, no olvidando, eso sí, cerrarla de nuevo, ya que impide la salida del ganado. Siguiendo la pista, el camino se ve invadido por el Arroyo de San Martino que confluye en el arroyo de La Braña. El cambio de vegetación con respecto a las hoces es notable: las encinas desaparecen para dar paso a robles y matorral.

Siguiendo la pista se llega a Las Brañas, donde nace el arroyo. Dispersas quedan por el monte las ruinas de unos chozos que hace tiempo fueron empleadas como refugio por los pastores. Dejando atrás el sonido del agua, avanzando entre las piedras, se inicia un pronunciado ascenso que termina en un collado. Tras atravesar un robledal de escaso porte, el paisaje cambia de nuevo apareciendo los primeros enebros rastreros y arándanos. Un poco más allá la pista llega a su fin, pero la ruta continúa por alguna de las múltiples veredas que conducen a las Peñas del Fontañán. Casi en la cima, entre los brezos, se conservan los restos de trincheras que soportaron alguno de los más sangrientos episodios de la guerra civil.

Desde la cumbre se pueden contemplar magníficas panorámicas de la comarca y descubrir los usos que el hombre ha ido dando al territorio.

Recomendaciones:

  • Es aconsejable llevar ropa y calzado apropiados. En época de lluvias el camino puede estar parcialmente encharcado.
  • Es recomendable llevar agua para beber.
  • Por respeto al entorno y a otros posibles visitantes, evite dar voces o llevar aparatos con ruidos estridentes.
  • La recogida de residuos es muy dificultosa en estos valles. Procure llevar su basura de regreso y depositarla en contenedores.
  • No deje suelto a su perro, puede espantar al ganado.

Cartografía

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Contenido temático

Aunque en la actualidad el encinar ocupa una superficie relativamente modesta, su interés radica en su carácter relicto y en el buen estado de conservación que presenta, debido sobre todo a que se ubica en parajes escarpados, con fuertes pendientes y sobre sustratos rocosos, lo que sin duda ha limitado su aprovechamiento por el hombre. Las encinas se favorecen de la termicidad de la caliza, apareciendo normalmente en laderas orientadas al sur, y de la ausencia de agua, que se filtra entre las rocas; son ambientes secos y cálidos, similares a los requerimientos mediterráneos de esta especie. Sus hojas perennes, de un verde apagado muy característico, hacen que su aspecto varíe poco a lo largo del año, contrastando con los robles que en otoño tornan sus hojas a ocres y, sobre todo, con el gris ceniciento de la caliza. En las zonas con el suelo algo más desarrollado, crecen, junto a la encina, varias plantas aromáticas, entre las que destacan los tomillos.

Desde la cumbre de este saliente rocoso, auténtica atalaya desde la que se divisa toda la comarca, destacan los pueblos del valle: Peredilla, La Pola de Gordón, Vega de Gordón, Llombera, etc. Solitario y de relieve abrupto, su naturaleza caliza ha sido testigo de no pocos episodios de la historia de la zona. Innumerables batallas se han librado para conquistar esta fortaleza natural. La guerra civil ha dejado también su impronta en la cima, en forma de trincheras de piedra. En los primeros días de la guerra, cuando los milicianos republicanos no pudieron hacer frente al ejército nacional en León, se retiraron hasta La Robla, donde establecieron su línea defensiva.

La localidad fue ocupada por las tropas nacionales el 31 de julio de 1.936, constituyéndose una importante guarnición. En esta zona se estabilizó el frente, y como consecuencia de ello, tuvieron lugar numerosas escaramuzas en las proximidades del Pico del Fontañán. Hasta finales de este mismo año no se produjo la incursión nacional definitiva que fijó la nueva línea del frente más al norte.

Ahora se aprecian los restos de las trincheras excavadas en la cumbre, empleadas por unos y otros para dificultar el avance del enemigo y defender la posición. Muchas se excavaron en la roca, recreciéndose los muretes defensivos con cemento. Conservan aún los orificios empleados para vigilar y disparar.

La vida en las trincheras era dura: había que dormir al raso, y a 1.629 metros, el clima es frío y las heladas frecuentes. De vez en cuando, se abastecía a los soldados que ocupaban esta posición con provisiones y víveres, aunque la guerra limitaba el aprovisionamiento, por lo que las raciones diarias eran algo más que escasas.

Dominado por un paisaje calizo, el medio puede parecer hostil a cualquier forma de vida. Nada más lejos de la realidad. La zona está habitada por no pocos seres vivos que para sobrevivir en estas condiciones han desarrollado interesantes y curiosas adaptaciones.

Algunas aves aprovechan las numerosas cuevas y grietas formadas en la roca para instalar sus nidos, como el colirrojo tizón, que llama a su prole con los característicos chasquidos, para alimentarlos con insectos atrapados entre las rocas. En el cielo, a veces como puntos casi imperceptibles, los buitres siempre están presentes.

Especialistas del vuelo planeado, que apenas les supone gasto de energía, sus enormes alas les permiten flotar en las corrientes de aire caliente que ascienden desde el suelo, mientras examinan con su agudísima vista tanto el terreno, como los movimientos de aves más pequeñas que les ayudan con sus revoloteos a descubrir la carroña.

En las fisuras con algo de suelo fértil pueden asentarse algunas plantas de pequeño tamaño. Las especies presentes están muy especializadas, siendo capaces de soportar condiciones realmente inhóspitas. La climatología es adversa, el agua escasa y el suelo casi inexistente, lo que hace que su periodo de floración sea corto y sólo se pueda observar su belleza, durante 3 o 4 meses al año. Presentan raíces pequeñas y finas que les permiten fijarse a la roca, sus hojas suelen ser carnosas para acumular agua que será movilizada en los momentos más críticos.

Durante millones de años, el arroyo ha ido esculpiendo el relieve actual. La acción combinada de la fuerza mecánica de sus aguas y la disolución de la caliza, han conformado la hoz por la que el arroyo se abre ahora paso entre paredes verticales. Las hoces están consideradas como PUNTO DE INTERÉS GEOLÓGICO en la provincia de León. La sección del carbonífero en Olleros de Alba está catalogada con el número de identificación PIG 36 en el Atlas del Medio Natural de la provincia. Su principal interés es geomorfológico permitiendo observar el modelo fluvial y kárstico en calizas así como su fuerte replegamiento.

Brezos, escobas y enebros rastreros acompañan al caminante durante todo el recorrido.

El brezo, conocido en la zona y en casi todo León como urz, ocupa grandes extensiones, con clara preferencia por suelos ácidos en los que ha desaparecido el robledal. Entre los brezos son comunes la "carqueixa" y las jaras. Los brezales fueron tradicionalmente ramoneados por las cabras, aunque fueron sobre todo valorados como combustible, ya que con sus raíces se hacía un carbón vegetal muy apreciado. Su madera, extremadamente resistente se empleaba también para fabricar utensilios.

Constituyen un buen refugio para la fauna; lo intrincado del ramaje los hace muy adecuados para que aniden diversas aves. Incluso grandes herbívoros buscan en ellos refugio y alimento. Los enebros rastreros son matorrales de montaña. Acompañados en algunos tramos del recorrido por arándanos, crecen a ras de suelo, por encima de los 1.500 m, donde los árboles apenas pueden desarrollarse por efecto del frío y el viento. Sus frutos fueron tradicionalmente empleados para aromatizar licores.

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