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DVD Promocional

Entre la Devesa y La vega

Cómo llegar

  • Desde León: por la carretera León-Villablino (CL-623), antes de llegar a Camposagrado, hay un desvío a la izquierda que lleva a Rioseco de Tapia.
  • Desde La Magdalena: saliendo hacia León, y todavía en el pueblo, sale un desvío a la derecha hacia Rioseco de Tapia por la carretera de La Bañeza (LE-240).

Descripción de la ruta

Nombre de la ruta Entre la Devesa y La vega
Inicio/Fin Rioseco de Tapia
Duración aproximada 3 horas
Dificultad Baja
Tipo de ruta Cirular
Punto más elevado 1120 m

La ruta comienza en la localidad de Rioseco de Tapia, desde la cual se parte cruzando un canal en dirección a la autopista AP-66 (Ruta de la Plata). Es necesario prestar atención al cruzar los canales.

Cruzar la autopista por un paso inferior y tomar un camino que sube hacia la derecha, bordeando Las Tejeras. Avanzar hasta coger un camino que sale a la derecha, dejando el alto de la Cruz de los Trabanales a la izquierda. A los pocos metros, este camino se divide en tres ramales, continuar por el central hasta bordear el bosque hasta que el camino se introduce en él por la Vallina San Cipriano.

Al salir del bosque cruzar la autopista por el paso inferior y seguir un camino hasta llegar al canal. Atravesar con precaución el canal por el puente y seguir hacia la izquierda un tramo por la pista paralela a este hasta abandonarla por un camino que sale hacia la derecha. Cruzar la carretera que une Espinoso de la Ribera y Rioseco de Tapia y seguir por las sebes fijándose en la señalización hasta llegar de nuevo a Rioseco de Tapia.

Recomendaciones:

  • Es aconsejable llevar ropa y calzado apropiados.
  • Aunque en el recorrido existen algunos manantiales y fuentes, debe procurarse no beber agua sin las suficientes garantías sanitarias. Es mejor llevar agua.
  • Por respeto al entorno y a otros posibles visitantes, evite dar voces o llevar aparatos con ruidos estridentes.
  • La recogida de residuos es muy dificultosa en estos valles. Procure llevar su basura de regreso y depositarla en contenedores.

Cartografía

Vuelo virtual

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Galería de imágenes

Contenido temático

Los páramos más altos, que han superado el rigor de los importantes episodios erosivos protagonizados por los ríos Luna y Órbigo, están poblados de robles, que conforman un bosque abierto y clareado, testigo mudo del ancestral sistema de sistema de aprovechamiento agrario que han soportado.

Bajo el dosel arbóreo, crecieron hasta hace no tanto, campos de cereal, de centeno casi todos, aprovechando las solanas y la favorable topografía del territorio. Ahora, tan sólo topónimos como La Devesa, guardan la memoria de los pueblos, de sus quehaceres y de sus formas de vida. La cultura oral, los derechos de la costumbre, esas normas. que en ningún sitio estaban escritas pero que todos conocían, sobreviven al paso del tiempo en los mojones que, casi irreductibles, aún marcan los lindes de las fincas.

Cuando las tierras han perdido su vocación agrícola, bajo el roble renace la vegetación natural. Jaras, brezos, tomillos, romero o escobas, resultan especialmente vistosas en primavera, cuando despliegan en la llanura un manto de mil colores e impregnan el paisaje de mil sensaciones y aromas.

Las tierras ubicadas en las zonas más altas de las laderas, bien soleadas aunque más frías, siempre fueron aptas para cultivos de secano. Durante años, abastecieron de grano a los pueblos asentados en los valles, más protegidos al abrigo de las lomas. Uno de los cultivos más usuales fue el del centeno, por lo que estas tierras se han conocido popularmente como "centenales" of "tierras de pan llevar". Tras preparar la tierra en invierno, el grano se sembraba cuando los primeros rayos de sol calientan la tierra, de modo que está dorado en verano y listo para ser cosechado. La siega era dura; con la hoz se iban preparando gavillas, que se ataban en fejes para ser cargados en carros que bajaban el cereal hasta la era. Allí se hacían montones, las "morenas", hasta que era el turno de la trilla. Separado el grano, se recogía para más tarde llevarlo a moler al molino. Si la familia no tenía molino propio o derecho a moler en uno, debía pagar al molinero la "maquila", una parte proporcional de la harina obtenida en la molienda. Existe aún el sistema de aprovechamiento tradicional de las acequias y presas para mover los molinos. Los más mayores no han olvidado qué días y horas los molinos. Los más mayores no han olvidado qué días y horas de la semana tenían derecho a derivar el agua al molino y, aunque ya no se muela, todavía perduran los "derechos" basados en reglamentos ancestrales.

La paja de centeno tenía múltiples usos. Servía de techumbre a casas y cuadras, era un complemento en la alimentación del ganado, mullía sus camas en los establos... Las tierras de centeno se fueron ganando al monte año tras año, gracias a un secular sistema de aprovechamiento agrario. Las distintas propiedades estaban delimitadas por "mojones", montones de piedra que todos conocen y debian respetar.

A diferencia de otras zonas de Cuatro Valles, donde la arquitectura rural está dominada por la piedra, Rioseco se caracteriza por sus peculiares construcciones, más próximas a las de la Ribera del Órbigo, que a la de los Valles de Omaña o Luna. La casa tradicional (devesa (7).jpg)refleja el tipo de subsistencia eminentemente agrario de los pobladores de esta zona, frente a la ganadera de los valles más norteños. Destaca también la utilización del canto rodado y del tapial, materiales propios del curso medio y bajo Luna, cuando ya su energía se va agotando y el río comienza a depositar los materiales que arrastraba desde su cabecera.

Son casas de dos pisos, que se organizan alrededor de un amplio corral, donde se disponen tanto la vivienda, como las dependencias agrarias e incluso algún establo. El corral resulta indispensable, ya que en él se desenvuelven distintas tareas. Al patio se accede por un portón de madera, material también empleado para vigas, ventanas... Se utilizaban sobre todo especies características del bosque de ribera, como chopos, negrillos y humeros.

Ahora, las antiguas cubiertas de paja de centeno, han dado paso a la teja y los tabiques de adobe y encestado (ramas trenzadas cubiertas de barro y cal), al ladrillo. Elementos interesantes de la arquitectura auxiliar, son los palomares y algunas bodegas, que tuvieron más protagonismo en otras épocas, cuando en estas tierras se cultivaba la vid.

Los bosques de ribera se han transformado, tras cientos de años de aprovechamiento, en un vistoso mosaico vegetal que se extiende por toda la vega y conjuga, como pocos sistemas manejados por el hombre, el uso agrícola tradicional y su vocación natural.

Las huertas, tierras o prados, aparecen en Rioseco como en pocas zonas del León rural, rodeadas por un cortejo de "cierros", setos o cercas vivas, que separan las distintas propiedades. Los cierros albergan en buena medida los restos de la vegetación natural. Su estructura lineal responde a podas sucesivas y al entramado que se forma entretejiendo los troncos y ramas flexibles de las paleras (sauce), una de las especies más abundantes. El cierro es propiedad del dueño de la finca hacia la que se anuda, siendo responsabilidad de éste su mantenimiento y recayendo en él la producción obtenida.

Surcado por infinidad de regatos, la vega optimiza la fertilidad y frescura del suelo gracias a un ancestral sistema de presas y regueros cuyo origen se pierde en la memoria de Rioseco.

Para algunos, esta compleja red de riego, se remonta a la época cuando, al amparo de algún monasterio, la zona se fue poblando tras la Reconquista. Las Ordenes fundacionales de estos conventos, recomendaban expresamente que "se establecieran en sitios donde

hubiera posibilidad de riego... procurando que alguna presa cruzase por sus heredades". Las presas toman el agua en un puerto, que la deriva del cauce del río. Antes de la construcción del embalse de Luna, el río presentaba fuertes crecidas, lo que obligaba a reconstruir el puerto casi todos los años, así como a limpiar buena parte de las presas. Estos trabajos se hacían entre todos los regantes "en hacendera". Este arcaico sistema se ha mantenido hasta nuestros días, apoyado sin duda por los nuevos caudales del pantano, que evitan los marcados estiajes. Gracias a ellos, proliferaron con éxito cultivos tan característicos de esta zona como los de menta, el lúpulo o el tabaco, hoy sin embargo, casi desaparecidos.

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